La plaza estaba oscura, y yo caminaba indiferente por el interior de los soportales. De pronto se acabaron los soportales y giré la cabeza, y encima de mí, aplastándome con su belleza y también con su enormidad, estaba la catedral. Creí morir. Nadie me había dicho que un ángel hermoso puede matarnos con su sombra, nadie me había hablado de Rilke.
Incluido en Antonio Pereira, Todos los cuentos
Ed. Siruela, 2012
Prólogo de Antonio Gamoneda
Fot.
Charles Nègre
Henri Le Secq et Le Stryge
Notre Dame de Paris, 1853