Acaba de salir la noticia en la prensa: que a día de hoy, esto es, 23 de mayo de 1906, y a la edad de setenta y nueve años, Henrik Ibsen, nacido en Skien, de estirpe vikinga, precursor de su oficio, guerrero de coraza negra, se ha ido al mismo lugar de donde vino; que todo lo que habíamos agrupado bajo su nombre, glóbulos rojos, esqueleto, nervios, ánimo, vigor, todo ello ya forma parte del pasado, de la eternidad.
Un germano puntual. Ya antes de morir había puesto el punto final. "Epílogo", así subtituló su último drama. Es difícil morir de forma bella (sobre todo para los nórdicos). Pero morir de forma ordenada, ésa es su belleza. Sombart considera que el orden es el principal rasgo de los pueblos germanos: ¿no tiene razón, incluso en la muerte? Goethe muere cuando pone el punto final al "Fausto". Richard Wagner muere cuando retoma en "Parsifal" el motivo de "Lohengrin", cerrando así este segundo anillo. El noruego Ibsen nos ofrece en su última obra el canto a la tierra de un moribundo. No escribió una palabra más. Su última obra es una brillante y melancólica alabanza de un plazo ya vencido. Una despedida que es a su vez un profundo grito existencial. Un ajuste de cuentas: cuando despertamos los muertos. Luego se mete en la cama y en el ataúd. ¡Morir con puntualidad!
Las últimas palabras de esta última obra son: "Pax vobiscum". La última figura que creó: Irene. Traducido: paz, paz, paz.
Se ha cumplido el programa. Ahora viene el "gran silencio"*. Morir en orden.
*Último acto de " El pequeño Eyolf" (1894): "Hacia arriba, a la cumbre. A las estrellas. Y al gran silencio"
Alfred Kerr
La muerte de Ibsen
De "La eternidad de un día. Clásicos del periodismo literario alemán (1823-1934)"
Edit. Acantilado
Trad. Francisco Uzcanga Meinecke
En la foto el señor
Henrik Ibsen, circunspecto y grave