HE IDO A BUSCARTE A LA ESTACIÓN DE SÃO BENTO,
PERO NO HE LLEGADO A TU ENCUENTRO Y LLUEVE
“Hacer versos malos depara más felicidad que leer los versos más bellos”
HESSE
Si te sientes bien, no te preocupes, se te pasará.
Y más ahora que sabes que todo está perdido
y que los árboles han abandonado descalzos los bosques
y han huido de la misma manera
que un psicoanalista huye de un sueño que no le deja dormir.
Ahora que te has marchado,
el cielo ya no es lo que es, es decir,
una gran gotera en la cocina de Dios,
allí donde los aviones pasan estirando sus alas
como un polluelo de pingüino
que no tiene ni idea que jamás podrá volar.
La estación de trenes de São Bento ha perdido su sentido del humor.
He llegado aquí,
(porque a algún lugar hay que llegar cuando se huye)
para buscarte, pero sólo he encontrado un abrazo roto tuyo
sobre la máquina de “rayos X”
por la que pasaste mi corazón y tu equipaje,
las graves sílabas del amor que sólo fueron los restos del amor:
nuestras miradas en aquel bar del Cais da Ribeira
mientras esperabas que me tocase el pimiento picante
para estallar en risas.
Me acaba de cagar un pájaro sobre la chaqueta
que acabo de estrenar y es entonces cuando veo
que la estación de São Bento está llena de pájaros
que recogen, a migajas, la tristeza de los viajeros perdidos,
los restos de tu sombra cuando abrías la persiana
de aquel motel para mochileros en el que nos hospedamos
en la Rua das Flores, sucia
como la moneda que utilizó Maiakovski para telefonear al paraíso.
Ahora que ni siquiera nos hablamos,
el tiempo es una lágrima envuelta en papel aluminio,
un querer dejar de meter la pata
y meter la pata hasta la rodilla
una y otra vez.
Según Muriel Rukeyser,
el universo está hecho de historias
no de átomos,
así que sólo te escribía para contarte
que la toalla que usaste aquella mañana que nos conocimos
aun lleva las huellas de ese amanecer
y creo que, por el bien de la luz,
debería ponerla de una vez por todas en la lavadora
para el próximo aterrizaje forzoso que, supongo,
no piensas hacer en casa.
Todas las despedidas deberían empezar por seguir a los árboles
que, descalzos, suben a los aviones de la soledad.
Pero no, de nada sirve porque en las guerras siempre mueren los mismos.
Aunque da igual,
según el proverbio,
una vez terminado el juego, el rey y el peón vuelven a la misma caja,
así que nada,
ahora que todo está perdido, sólo me queda decir:
poesía: apaga y vámonos.
Nilton Santiago
"La historia general del etcétera"
Valparaíso
Collage: Celeste Ortiz