La blancura alcanza al hombre o la mujer ordinarios cuando llegan al límite de sus recursos para continuar asumiendo su personaje; están cansados, fuera de los movimientos del vínculo social, pero lo saben, y un día u otro pueden volver a entrar en su antigua piel o acceder a una nueva tras ese momento de desaparición que necesitaban para continuar viviendo. Viven entonces un momento paradójico para recrearse, hacer el vacío, despojarse de lo que se les ha hecho demasiado pesado. Esa experiencia sigue estando bajo control. Pero a veces se convierte en un estado duradero que se impone cuando sueltan amarras y se abandonan al peso de los acontecimientos sin querer ya actuar sobre ellos.
La blancura es un entumecimiento, un dejar estar que nace de la dificultad para transformar las cosas. En este universo del control que se impone en el ambiente de nuestras sociedades neoliberales, es una paradójica voluntad de no poder. Dejar de querer controlar su propia existencia y permitir su propio hundimiento. Es una investigación deliberada de la penuria en el contexto social de la profusión de objetos; una pasión de la ausencia en un universo marcado por una búsqueda desenfrenada de sensaciones y de apariencias; un deseo de desposeerse allá donde el ambiente social está invadido por el poder de las tecnologías y la acumulación de bienes; una voluntad de supresión ante la obligación de individualizarse.
Edit. Siruela.
Trad. Hugo Castignani