miércoles, 6 de marzo de 2019

Parecer

 

Daría mucho, daría el brazo izquierdo o la pierna izquierda, si con semejante sacrificio pudiera devolver al país y a sus gentes el viejo y buen sentido de la integridad, de la antigua sobriedad, aquella rectitud y modestia que sin duda se han perdido de muchas maneras y para desgracia de todos los hombres honrados. Al diablo con el ansia miserable de parecer más de lo que se es.

Robert Walser
El paseo
Ed. Siruela
Trad. Carlos Fortea

Fot: s/d

Mujeres furiosas

 

UN POEMA PARA MUJERES FURIOSAS

Un calor matador de verano envuelve la ciudad
vacía de los que no tienen la obligación de estar
una mujer negra espera a una mujer blanca
se apoya en una baranda de la calle Upper West Side
en un descanso los sonidos distantes de Broadway se atenúan
hasta que puedo escuchar la voz de los gorriones
como una promesa espero
a la mujer que amo nuestra porción de tiempo
un lugar más allá del dolor de la ciudad.

La cabina telefónica de la esquina. Una mujer
se ve reflejada en la calle
entre nosotras su cara pálida muestra
un tapiz de desastres
visto a través de una apariencia de orden
la boca dibujada como un mapa de caminos muy transitados
ojos sin centro un corazón enjaulado
las muestras implacables de un antiguo dolor.

Una apariencia se abre el odio
se instala a través del cristal de mi tarde
nuestros ojos se cruzan como un hilo ardiente
y la calle se transforma en una pesadilla
una mujer con ojos en blanco se abraza a
una botella de gin Fleischmann's
que se zarandea en su cintura
saca un cuchillo de carnicero de los pantalones rotos
la mano amenazante “¡Negra puta!”
el pesado filo gira

hacia mí en cámara lenta
años de furia se levantan como una pared
no lo escucho suena
en la calle cerca de mis pies.

Engranajes de antiguas pesadillas despiertan
un odio familiar veloz y silencioso
pero esta vez estoy despierta aliviada
sonrío. Ahora. Esta vez me
toca a mí.
Me agacho para agarrar el cuchillo
mis oídos laten
del otro lado de la calle la voz de mi amante
el único sonido que se mueve dentro del calor agobiante

“¡No lo toques!”.

Me enderezo, débil, y empiezo otra vez
deseando una resolución simple
como el enojo y tan cerca de la mano
que mis dedos alcanzan el filo conocido
el familiar mango de madera contra mi mano
ay, lo sostuve contra la piedra de afilar
unas mil noches
acumulando rabia en mi sueño
como un amigo querido para despertar
en lo apestoso de la furia
al lado de la cara pálida dormida del amor.

Audre Lorde
Quién dijo que era fácil
Ed. Z&G, 2019
Trad: Gabriela Raya y Eugenia Soler
Prologo: Bárbara Gudaitis

Fot: s/d