Las viejas señoras solas eran la clientela básica del hotel; además de la condesa, profesores jubilados, viudas de altos oficiales,en especial de aviación, una mujer entrada en años de ojos endemoniados, siempre vestida de verde, con zapatos descangallados, que escribía febrilmente llenando hojas y más hojas y de cuando en cuando preguntaba al primero que pasara, si en su opinión el presidente de los Estados Unidos y el comandante de las fuerzas de la OTAN en Verona - que se telefoneaban cada tarde, decía, a las siete, hora italiana- habrían recibido su manuscrito que resolvía de una vez para siempre los problemas del mundo y de todos. Era fundamental que lo leyeran, añadía, por el bien y la salvación universal, pero cuando alguien le preguntó en qué lengua escribía al presidente de los Estados Unidos, le había respondido que, naturalmente, ella le escribía en italiano, pues en la Casa Blanca no sería por traductores y además, "a esas alturas, le diré, que se las arregle."
Que se las arregle - quizá era la respuesta adecuada a todas las descaradas pretensiones con las que el mundo atrapa y tritura a un pobre diablo,si tiene la torpeza de mostrarse un poco dispuesto. Subir a la habitación y dejar que el mundo se las arregle, mientras las tardes y los años se confunden y caen en el negro vano del ascensor, antesala del sueño, geometría de las cosas que se hacen cada vez más iguales y regulares bajo los párpados, hasta que toda diferencia se apaga. Parece cosa de nada, quedarse dormido, pero cuando no se es ya capaz, uno se da cuenta de lo que quiere decir.
Claudio Magris
Colina
incluido en Microcosmos
Anagrama
Trad. J. A. González Sainz
Foto: Brooke DiDonato