viernes, 19 de mayo de 2017

Café


Café

A Francisco Pérez Perdomo

Al dibujar cada palabra,
detrás de su color, ritmo, latido,
siempre soñé dejar llena, secreta,
alguna taza de café
que se beba entre las líneas.
Café con el aroma de las horas
y la mesa en el aire
donde al primer hervor los vivos y los muertos
levitemos.
Amable duende que nos sigue por el mundo
con densas vaharadas. Café natal, sentimental,
¿qué pruebo en su sabor, qué bebo?

A grandes sorbos bebo tiempo,
bebo mi vida gota a gota,
la que he perdido y vuelve, la que queda
humeante aún ante mis ojos, esperándome.
Café del alba, amargo, recién hecho,
que nos trae a la cama
algún canto remoto del gallo.
Café de las ciudades fugaces, imprevistas,
que sabe a las voces de su gente,
al rumor de sus ríos imaginarios.
El café gris de las estatuas en la lluvia,
tan frío en su boca de mármol.
El café azul del pájaro,
el verde inmenso de los soleados platanales
y el café de los ausentes,
dormido en nuestra sangre.
Sólo para avivar su aroma escribo a tientas
al dictado del fuego.
Sólo para servirlo siempre dejé oculta
alguna taza que se beba entre líneas,
detrás de mis palabras.

Del libro  Alfabeto del mundo

Quien está solo


Quien está solo, está también en el misterio,
siempre en pie en la marea de imágenes,
en su creación, en su germen,
incluso las sombras llevan su ardor.

Preñado en cada lecho
lleno de pensamientos y reservado,
capaz es de destruir
todo lo humano que se alimenta y aparea.

Sin conmoverse ve como la tierra
se hizo otra cuando a él dio inicio,
ya no muere ni tampoco llega a ser:
forma en silencio la perfección le mira.

Quien está solo