lunes, 24 de junio de 2019

El mar


El hermoso amanecer: la hermosa, pura, amplia mañana en medio del mar, con un aire tan áureo y delicioso, con las temblorosas monedas de oro marinas y el cielo lejos, lejos, muy alto, insondablemente diáfano. ¡Qué felicidad estar en una nave! ¡Qué hora dorada para el corazón de un hombre!

Ah, si uno pudiera navegar para siempre en un pequeño, tranquilo barco solitario, de una tierra a otra tierra y de una isla a otra isla, y vagabundear por los espacios de este mundo hermoso, siempre a través de los espacios de este mundo hermoso. ¡Sería dulce a veces bajar a la tierra opaca, bloquearse uno mismo contra la tierra dura, anular la vibración del propio vuelo contra la inercia de nuestra terra firma! Pero la vida misma estaría en el vuelo, en el temblor del espacio. ¡Ah, el temblor del espacio sin fin, mientras uno se mueve en vuelo! Espacio, y la frágil vibración del espacio, el alegre solitario retorcerse del corazón. Para nunca más quedarse atascado en la tierra. Para no ser nunca más como un burro con un tronco en la pata, amarrado a la tierra fatigada que ya no tiene respuesta. Sino para partir.

¡Para encontrar tres almas viriles, perdidas en el mundo y, perdidos en el mundo, vagabundear y vagabundear con ellos, a través del espacio vibrante, mientras dure la vida! ¿Para qué fondear? No hay motivo para anclarse a nada. La tierra ya no tiene respuestas para el alma. Se ha vuelto inerte. Dioses bondadosos, dadme un pequeño barco y tres camaradas mundialmente perdidos. ¡Oídme! Y déjenme vagabundear sin propósito a través de este vívido mundo de ostracismo, el mundo vacío de hombre, donde el espacio vuela feliz.

D. H. Lawrence
El mar

Fot: s/d


 

Mujer con un panal al fondo


Mujer con un panal al fondo


Cada abeja en su bondad extrema
escribe con el canto un apego a sus alas
para alzarse y comprender la dimensión del aire
como hace el náufrago al engullir voluntarioso
el agua que separa sus bronquios de las algas

toda abeja madruga si es el caso
listas para el hambre las antenas
palpitante el élitro converso

atenta siempre a su labor cosechadora
su frágil equilibrio ponderado
su lugar en ese pánfilo azul
que llaman horizonte y somos todos

pero esta mujer sobresaliente
atento el rímel a disfrazar su angustia
que dice ser hogaza partitura postre cereal
argumento de un duelo con pistolas

esta mujer que tuvo lo que tiene

la matemática
la joven del violín
apuradora de versos con ginebra
imprevisible entonces al son de una bachata

pasea por su rostro el dedo anular del desamparo

evoca desprovista
la imposible ternura del pezón en retirada
los aledaños benignos de un vientre devorador y astuto
la brújula que sus pasos empuñaban para evitar el norte

y ahora tirita en su final
en busca del enjambre que unos llaman vida
y los desesperados portal de la misericordia
porque
todo dedo admonitorio
todo escrutinio supuestamente inofensivo

toda invectiva amenaza pústula
sacramental divorcio

cualquier afirmación solemne
exclusión en apariencia maliciosa
augurio semblanza devastación urgente

caben en un cucurucho blanco

toda flagelación en su disculpa
toda muerte en su envés
toda paz en su derrota

y todo abrazo pendiente en la palabra nunca.

Rafael Soler

Fot: Eli Craven