lunes, 28 de mayo de 2018

Elogio al aburrimiento III


Cyril Connolly, minucioso lector de Pascal, que de tanto probar el sabor del hastío lo acabó por encontrar no tanto dulce, sino estimulante y propicio, y que en La tumba sin sosiego -esa obra suprema sobre los peligros del embotamiento de la sensibilidad, sobre la pesantez de una vida entregada a la queja y al exceso de whisky- se describió a sí mismo como una "carroña corpulenta y holgazana" que flotaba a la deriva como el plancton, un día se las arregló para volver a cruzar aquella línea imperceptible, aquella línea que, de la tristeza de quien llora en un cuarto oscuro, lo reconduciría a la dicha de no estar demasiado distante de sí mismo:
¡Oh sagradas mañanas solitarias y vacuas, meditaciones tranquilas: fruto de los estantes de libros y el tic-tac del reloj: silencio dorado y letificante, influencia del follaje de los plátanos salpicados de sol, rumores lejanos de pájaros y de caballos, posesión inestimable de unos pocos metros cúbicos de aire y unas horas de ocio! Este vacío de paz es el estado del que debería proceder el arte, porque el arte está hecho por el solitario para el solitario, y actualmente esta atmósfera cerúlea, que debería ser para nosotros cosa natural, es punto menos que inasequible.


Ed. Sexto Piso, 2012

Buddhist Temple’s Birdcage, 1940

Leyendo


Salvador Dalí in Villa La Pausa (owned by Coco Chanel), Cote d'Azur, 1938