domingo, 3 de abril de 2016

El filo del silencio


Sin armas.
Ni las dulces sonrisas,
ni las llamas rápidas de la ira.
Sin armas.
Ni las aguas de la bondad sin fondo, 
ni la perfidia, corvo pico.
Nada. Sin armas. Sola.
Ceñida en tu silencio.
«Sí» y «no», «mañana» y «cuando»,
quiebran agudas puntas
de inútiles saetas
en tu silencio liso
sin derrota ni gloria.
¡Cuidado!, que te mata
-fría, invencible, eterna-
eso, lo que te guarda,
eso, lo que te salva,
el filo del silencio que tú aguzas.

Pedro Salinas
Sin voz, desnuda


Fot. Karl F. Struss
Storm Clouds, 1921

Sweet Evelyn


Nada hay más extraño ni más delicado que la relación entre personas que solo se conocen de vista, que se encuentran y se observan cada día, a todas horas y, no obstante, se ven obligados, ya sea por convencionalismo social o por capricho propio, a fingir una indiferente extrañeza y a no intercambiar saludo ni palabra alguna. Entre ellas va surgiendo una curiosidad sobreexcitada e inquieta, la histeria resultante de una necesidad de conocimiento y comunicación insatisfecha y anormalmente reprimida, y, sobre todo, una especie de tenso respeto. Pues el hombre ama y respeta al hombre mientras no se halle en condiciones de juzgarlo, y el deseo vehemente es el resultado de un conocimiento imperfecto.

Thomas Mann
La muerte en Venecia
Ed. Edhasa, 2006
Trad. Juan José del Solar

Fot. Morris Engel
Sweet Evelyn, New York City, 1938