jueves, 24 de agosto de 2017
Cartas a Milena
No sólo te amo a ti. Es más lo que amo: amo la existencia que tú me otorgas.
Franz Kafka
Cartas a Milena
Ed. Alianza, 2010
Trad. Carmen Gauger
A modo de autobiografía
Me voy a arriesgar para contar, para simplemente contar lo que quise ser. Primeramente quise ser una caja de música. Sin duda alguna me la habían regalado, y me pareció maravilloso que con sólo levantar la tapa se oyese la música; pero sin preguntarle a nadie ya me di cuenta que yo no podía ser una caja de música, porque esa música por mucho que a mí me gustara no era mi música, que yo tendría que ser una caja de música inédita, de mi música, de la música, de la música que mis pasos, mis acciones…, y yo era una niña que no tenía remordimientos y aún sin ellos temía, o sabía, que una caja de música no podía ser. Pregunté a mi padre quiénes eran los templarios. Recuerdo que me dijo que eran unos caballeros, y yo era una mujer. Y esto se me quedó en el alma gestando porque yo quería ser un caballero y quería no dejar de ser mujer, eso no; yo no quería rechazar, yo quería encontrar y ser fecunda.
¿Qué otra cosa quise ser? Pues quise ser centinela, porque cerca de mi casa se oía llamarse y responderse “Centinela alerta”, “Alerta está”. Y así yo quería ser un centinela de noche. Y entonces yo volvía a preguntar si las mujeres podían ser soldados solamente para ser centinela. Y mi padre que no, que no podía ser. Y así cuando me di cuenta que no podía ser de hecho nada, encontré el pensamiento, encontré lo que yo llamaba, lo sigo llamando la filosofía. Pero tampoco eso yo podía. Mi padre me habló de la Academia Platónica, donde está inscrito “Nadie entre aquí sin saber geometría”, y yo la geometría no la dominaba y, de tanto en tanto, con mucha impaciencia, le preguntaba a mi padre: ¿Pero cuándo me vas a enseñar geometría? ¿Y para qué? Porque yo tengo que pensar. Entonces, no tengo más remedio que aceptar que mi verdadera condición, es decir, vocación, ha sido la de ser, no la de ser algo, sino la de pensar, la de ver, la de mirar, la de tener la paciencia sin límites que aún me dura para vivir pensando, sabiendo que no puedo hacer otra cosa y que pensar tampoco lo he hecho.
María Zambrano
A modo de autobiografía
Anthropos, nº 70-71, 1987
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