sábado, 29 de julio de 2017

Otra versión


Otra versión

Nuestros árboles son álamos pero la gente
los confunde con abedules,
piensan que somos personajes
de una novela rusa, igual que Kitty y Levin
que viven alegremente en el campo.
Los amigos de la ciudad miran cómo comen
juntos los pájaros y los conejos
sobre la nieve espesa y blanca.
(Tenemos inviernos rusos en Illinois,
aunque no haya trineos, hay comadrejas en lugar de lobos,
y ningún sirviente fiel nos hace el trabajo.)
En nuestra casa, como en una obra rusa,
vive un viejo, y es mi papá.
Él se deja ir año a año en cámara lenta,
y la tristeza nos queda atrapada dentro
como una manzana envenenada
que no sube ni baja.
Pero como las tres hermanas, hablamos rara vez
de lo que a la noche nos mantiene despiertas.
Igual que ellas, nos quejamos de las cosas
que en realidad no importan y hablamos
de los placeres y el futuro:
nos decimos mutuamente que a los sauces
este año el verde se les esfumó muy pronto.

Versión de Sandra Toro

Epitafio


Sabiendo que iba a morir, el joven Cadou dejó escrito para su tumba un breve epitafio que pidió a su familia que fuera considerado como sus "obras completas". Una petición irónica. Ese epitafio reza así: "Intenté sin éxito ser más muebles, pero ni eso me fue concedido. Así que he sido toda mi vida un mueble, lo cual, después de todo, no es poco si pensamos que lo demás es silencio ".

Enrique Vila-Matas
Bartleby y compañía

El rumor de las máquinas crecía


El rumor de las máquinas crecía
en la sala contigua: ya mi espera
de un adjetivo -o de tu cuerpo- no era
más que un intento de acortar el día.

La noche que llegaba y precedía
el viento del desierto, la certera
luz -o tus pies desnudos en la estera-
del ocaso, su tiempo suspendía.

No recuerdo el amor sino el deseo:
no la falta de fe, sino la esfera-
imagen confrontando su espejeo

con la textura blanca, verdadera
página -o tu cuerpo que aún releo-;
vasto ideograma de la primavera.

El rumor de las máquinas crecía...

Quién dice


¿Quién dice que se nos murió todo
Cuando se nos quebraron los ojos?
Todo despertó, todo comenzó.

Die Niemandsrose


Yo habito un dolor


"Yo habito un dolor”

No dejes el cuidado de gobernar tu corazón a esas ternuras parientas del otoño del que ellas toman su plácido aspecto y su afable agonía. El ojo es precoz para plegarse. El sufrimiento conoce pocas palabras. Prefiere acostarse sin carga: soñarás con el mañana y tu lecho te será leve. Soñarás que tu casa ya no tiene vidrios. Estás impaciente por unirte al viento, al viento que recorre un año en una noche. Otros cantarán la incorporación melodiosa, las carnes que sólo personifican la hechicería del reloj de arena. Condenarás la gratitud que se repite. Más tarde, te identificarás con algún gigante disgregado, señor de lo imposible.

Sin embargo.

No has hecho más que aumentar el peso de tu noche. Has vuelto a la pesca en las murallas, a la canícula sin verano. Estás furioso contra tu amor en el centro de una comprensión que enloquece. Piensa en la casa perfecta que nunca verás elevarse. ¿Para cuándo la cosecha del abismo? Pero has vaciado los ojos del león. Crees ver pasar la belleza por encima de las lavandas negras.

¿Qué es lo que te ha izado, una vez más, un poco más arriba sin convencerte?

No hay sitio puro.

René Char
De: “El poema pulverizado” (1945-1947)
Trad. Raúl Gustavo Aguirre