(...) A veces siento ese llamado, como llegado de lo más lejano de mí, ese llamado que me hunde aún más en mi propio drama; partir, hay que partir. Hay que abandonar rápido, desaparecer hacia las regiones de lo anónimo, hacia lo posible. Partir...Pero, ¿para adónde? ¿Qué país me espera? ¿Qué nueva vida más vasta, más libre que la anterior podría ser la mía? ¿Cómo no arrastrar con uno los guiñapos familiares, cómo sacudir los yugos, las costumbres, los terribles hábitos que han cavado sus surcos? No sé si esto es posible, sí, sí es posible olvidar, pero tengo en mí como esta puerta abierta al final de un muy largo corredor. Creo que puedo cambiar en cada instante, pero, ¿no es una ilusión? ¿Puede renegarse de lo que se ha hecho como no sea por el silencio? Si se lo piensa, hay tantas trabas e hilos que retienen a un hombre. Tantas relaciones, nudos, tantos raíles por todas partes... Tanta incomodidad vuelta confortable, y el llamado no pasa. Largo, seguramente, el horizonte se tapa, se alzan las vallas. Todo mentiras, todo odiosamente falso, las paredes que son los objetos, los sentimientos, las sensaciones familiares necesarias como drogas. ¿Es esto un hombre? ¿Es esta suma de lazos y costumbres? ¿Es este exiliado del viaje? Si es verdad, es que no puede abandonar. Aquí, o en otra parte, buscará las trabas, se hundirá en la tierra para no estar solo, para no ser su amo.
Ed. Adriana Hidalgo
Trad. Juana Bignozi.
Fot. Wanamaker 1 en vuelo desde Nueva York a Filadelfia, pilotado por Albert Leo Stevens, 1911