viernes, 22 de enero de 2016

La (im)perfección de la (in)felicidad



Tarde o temprano en la vida cada uno descubre que la felicidad perfecta es irrealizable, pero pocos son los que nos detenemos a considerar la antítesis: que la infelicidad perfecta es igual de inalcanzable. Los obstáculos que impiden la realización de estos dos estados extremos son de la misma naturaleza: derivan de nuestra condición humana, que se opone a todo lo infinito. Nuestro cada vez más insuficiente conocimiento del futuro se opone a ello: y esto se llama, en un caso, esperanza y en el otro caso, la incertidumbre del día siguiente. La certeza de la muerte se opone a ello: porque establece un límite en cada alegría, pero también en cada duelo. Las inevitables preocupaciones materiales se oponen a ello: a medida que envenenan toda felicidad duradera, igualmente nos distraen asiduamente de nuestras desgracias y hacen que nuestra conciencia de ellas sea intermitente y por lo tanto, soportable.

Primo LeviSi esto es un hombre
Ed. El Aleph, 2013
Trad. Pilar Gómez Bedate

Saba por Magris


La familiaridad con todas las linfas vitales y corporales, con el fango con el que está amasada la vida y con el que los niños no temen embadurnarse en sus juegos, es algo propio del poeta que ha expresado sin rémoras la antigua ansia, el deseo más acá y más allá del bien y del mal. Saba es el animal que desconoce los pudores y los arrepentimientos del que él mismo habla en una gran poesía de la vejez, la rapaz que se lanza sobre la presa, con una avidez en la que se mezclan ternura, amor, anhelo, brutal voluntad de poder, y la devora sin distinguir el beso del mordisco. Su poesía es grande, de una intensidad y una plenitud rarísima en la lírica del siglo XX, por su tersa y despiadada transparencia que deja traslucir íntegramente el oscuro fondo de la vida y de sus pulsiones, su gracia y su indomable crueldad.

Claudio Magris,  El jardín, relato incluido en  Microcosmos
Ed. Anagrama, 2006,
Trad. J. A. González Sainz.

Fot. Retrato de Umberto Saba, anónimo