Puedo oír las ruedas de los trenes marcando sus giros rítmicos en mi cabeza mientras escribo. El tren de las cuatro y catorce llevándome a casa, hacia las zapatillas, el fuego de gas, el diario, los restos de la flanera, el texto bíblico en la pared. Y Kate aguardando por mí, delgada y perfumada, con el perfume barato que usa y sus calzones de Marks & Spencer. Maquillada a franjas para mí, como una pastilla de jabón ordinario y aromático. Permaneceremos de pie, los dos juntos, ante el representante de Dios, y compartiremos un sobrio oficio, para legalizar las felicidades conyugales. La querida Kate, como una muñeca de trapo sobre la cama, con su cara blanca y estoica, excitando apetitos crueles en su maridito recién adquirido. Y todos los kilómetros de luchas trágicas, aburrimientos, desesperaciones, ilusiones, se desprenderán de mí cuando entre en prisión. La ubicuidad de Dios. El cero fantástico al que reduciré los términos de mi vida para encontrar la felicidad. El lento y gradual ascenso hacia el silencio, hacia la mudez.
Lawrence Durrell
El libro negro
Ed. Edhasa
Trad. Leal Rey
Fot: s/d