Ya sé, Jacques, que quizá nunca me devuelvas el libro; pero imagina que te lo presté precisamente por esa razón, para que un día llegues a lamentar no habérmelo devuelto. !Ah! entonces podré perdonarte, pero ¿Podrás perdonarte a ti mismo? No sólo por no habérmelo devuelto, sino porque, ya entonces, el libro se habrá convertido en emblema de lo que es imposible devolver.