lunes, 4 de enero de 2016

El jardín de los Finzi-Contini


Yo miraba fijamente sus labios, teñidos apenas de rojo. Yo mismo los había besado, poco antes. Pero, ¿no había sido demasiado tarde? ¿Por qué no lo había hecho seis meses antes, cuando todo habría sido posible aún, o al menos durante el invierno? !Cuánto tiempo perdido, yo aquí, en Ferrara, y ella en Venecia! Un domingo habría podido perfectamente tomar el tren e ir a verla. Había un rápido que salía de Ferrara a las ocho de la mañana y llegaba a Venecia alas diez y media. Nada más bajar del tren la telefoneaba y le proponía que me llevara al Lido (así, entre otras cosas -le decía yo-, visitaría por fin el famoso cementerio israelita de San Niccolò). Hacia la una habríamos comido algo juntos, también allí, y después, tras llamar a la casa de sus tíos para tranquilizar a la Fräulein (oh, el rostro de Micòl mientras la telefoneaba, sus muecas, sus gestos bufonescos!), íbamos de paseo por la playa desierta. También para eso habría habido tiempo de sobra. En cuanto al regreso, habría tenido a mi disposición dos trenes: uno a las cinco y otro a las siete, uno y otro excelentes para que tampoco mi familia se diera cuenta de nada. Claro: si lo hubiese hecho antes, cuando debía, todo habría sido muy fácil. Una broma.
¿Qué hora era? La una y media, las dos acaso. Dentro de un poco tendría que irme y probablemente Micòl volvería a acompañarme hasta abajo, hasta la puerta del jardín.
Tal vez era eso en lo que estaba pensando también ella, eso lo que la inquietaba. Habitación tras habitación, pasillo tras pasillo, caminaríamos uno junto al otro sin valor ya ni para mirarnos ni para cambiar palabra. Temíamos los dos la misma cosa, yo lo sentía: la despedida, el momento cada vez más próximo y cada vez menos imaginable de la despedida, del beso del adiós. Y, sin embargo, en caso de que Micòl renunciara a acompañarme y dejase que fuera Alberto o incluso Perotti quien lo hiciese,¿con qué ánimo podría afrontar yo el resto de la noche? ¿Y el día siguiente?
Pero tal vez no -volvía yo a soñar, testarudo y desesperado -: levantarse de la mesa resultaría tal vez inútil, innecesario. Aquella noche no acabaría nunca.

Giorgio Bassani  La novela de Ferrara, Libro tercero "El jardín de los Finzi-Contini"
Ed. Lumen
Trad. Carlos Manzano

Fot: Helmut Berger, Dominique Sanda y Lino Capolicchio
En la película "El jardín de los Finzi-Contini" de Vittorio de Sica