TARDE
Tal por las estaciones del discurso se aquietan las palabras
con los picos entreabiertos, una a una,
la sensitiva unánime del bosque tocada por la hoguera
se agazapa taciturna soñando nubarrones presentes.
Los helechos impávidos,
las corolas que gimieran acaso al menor roce,
mustias de savia pegajosa que se adensa y se angosta:
es un caer de ángeles la hora, un cegar con resina los sentidos;
y el déspota verano de vapores y plomo
reverbera en los ojos rasgados de la tarde
y el pasmo en la piel es como el limbo
doloroso y tierno de esas hojas tan grandes
—oh ineptos,
tacto sin yemas, nariz sin alas,
al vislumbrar las hijas de los hombres.
Como pájaros tristes en el calor del día.