Es como si un instinto la hubiera advertido de que, ante él, debía decir yo, solamente yo, que él estaba fascinado por esta palabra ligera sobre la que ella misma tenía pocos derechos y que ella pronunciaba de tal modo que designaba casi a algún otro. Quizá todos los "yo” le hacían señas; quizá, por esta sola palabra, cada uno tenía el poder de decirle algo importante; pero ella se la hizo más próxima, más íntima. Ella fue yo para él, y sin embargo era como un yo en abandono, un yo abierto y que no se acordaba de nadie.
Este yo -es esto lo que no puedo decir- era terrible…Maurice Blanchot
"Le dernier mot” 1936
Fot. Igor Svachenko