Grave
es no saber
amar lo fortuito,
lo trivial, un río
que despierta, la cinta
que los amantes olvidan
o la hoja yerta
de periódico
a la que el viento
arranca astral belleza
en una calle crepuscular.
Difícil
se torna tolerar
(desde los siete años
aproximadamente) la voz
de un cuerpo, su pavor,
las caídas,
el insensato rumor
que día
tras día
susurra que hemos de morir
en el trémulo oído
de nuestra alma inmortal.
Y también
en medio del poema
(que otros ven
como vida, cometa errante
o camino que se busca
y no se encuentra)
todo se detiene
repentinamente,
de abominación se cubre
la íntegra esfera,
calla la pluma, vacila
sobre el poetizar, pez
que sus huevos siembra
en las aguas envenenadas
de una época sin piedad.
Pero
hay momentos
como aquellos, por ejemplo,
en que de improviso alguien
con un nombre que no es nuestro
nos llama
y nos desnuda,
nos da un atisbo
de inenarrables dimensiones,
de nosotros mismos nos separa
y cada cual se pregunta
entonces
qué es
quién lo forjó,
para qué le infundieron
el latido de estrella
con que sobresale
en un caos gastado
y oscuro.
Pulsaciones
De "Relámpago de la duración"
Fot. Olivier Kervern