CANCIÓN DE CUNA.
Duerme, amor, pon tu cabeza,
tan humana, en mi infiel brazo.
Quema el tiempo con sus fiebres
la belleza irrepetible de
la niñez pensativa -la tumba
nos demuestra que es efímera-:
pero descansa hasta el alba
en mis brazos la criatura,
mortal, culpable. A mis ojos,
absolutamente bella.
No hay frontera entre alma y cuerpo:
a los amantes, echados
en su falda tolerante
hasta el desmayo vulgar,
Venus les enseña en serio
una unión que no es del mundo,
amor y espera absoluta,
mientras visiones abstractas
entre rocas y glaciares
llevan al eremita el éxtasis carnal.
Fidelidad y constancia
pasan al sonar las doce
como tañe una campana,
y los locos con tribuna
gritan su sermón de siempre.
Cada céntimo del precio
los temibles vaticinios
pagaré, pero esta noche
ni un susurro va a faltar,
ni un pensamiento, ni un beso.
La ilusión nocturna muere:
que te roce el viento al alba
la cabeza soñadora
y bendigas, dulce, el día
con los ojos y el corazón,
y el mundo mortal te baste;
y el seco mediodía no te sorprenda
sin la fuerza de un alimento involuntario,
y que, en las noches amargas,
todo amor humano te guarde.
Versión de Álvaro García.
Fot. Virginia Christine