Desempolvar
El polvo es verbal. Billones de partículas de dios sabe qué, que se depositan sobre toda superficie, en cada rincón. Engendrando bichos que, debajo del microscopio, se convierten en monstruos grotescos y aterradores. Polvo que se acumula inadvertido e invisible hasta que llega el día en que se lo percibe, y entonces, repentinamente, uno se escucha decir que nunca se había dado cuenta de lo llena de polvo que estaba la casa. Polvo y telarañas. Telarañas no perturbadas por meses o incluso años. Ya pasa de castaño a oscuro. Compras un plumero, uno con mango telescópico. Lo abres y plumereas las paredes, debajo de los estantes altos, en los más inaccesibles rincones del salón. Lugares donde el plumero nunca sacó el polvo. Lugares en los que el polvo se apiló. Pasas el dedo por la saliente y lo sacas cubierto de suciedad de 1976. Polvo punk. Ahora es 2000. De lamer ese polvo, te preguntas, ¿te sabría al pasado? ¿El del polvo medieval, el del polvo romano, el antiguo polvo del crepúsculo celta? Recógelo y ofrécelo a la venta en vaso de colores. Polvo pagano, polvo de rinoceronte, polvo de dinosaurio. Polvo del milenio. Polvo removido con cepillo por los santos. Polvo de Cristo. Polvo de Buda. El polvo de nuestros ancestros. Desempolvar: si no fuera una metáfora del olvido podría ser un verbo feliz.
Richard Gwyn
de "Walking on bones"
Trad. de Jorge Fondebrider
Foto: Cuaderno de viaje de Annemarie Schwarzenbach