Elegíamos para nuestro viaje de novios de unas nupcias imposibles unos recorridos marginales y extraños, callejuelas que ya no existen (tal y como en mi mente envilecida no queda ya espacio para el amor), con casas rosas, con marquesinas de cristal coloreado, con adelfas en flor en los patios, con gatitos revolcándose en la hierba. Nos deteníamos para molestar a las arañas gordas que colgaban entre las rosas, nos perdíamos por callejones olvidados de la mano de Dios, con construcciones espectrales, con gorgonas que sostenían ventanas ciegas, con leones de piedra y dragones de cemento, rotos y amarillentos, cabalgados por niñas con gafas. Cuando vuelvo a pasar hoy en día, por casualidad, por alguno de aquellos lugares, veo nítidamente aún la marca de la vacuna de su brazo desnudo y sudoroso y siento todavía aquel encogimiento del corazón y de los testículos, aquella contracción de las glándulas internas y de la glándula más sutil que secreta el Tiempo; las glándulas del rabillo de mis ojos secretan entonces serotonina. Así que el plano de mi ciudad está salpicado de vórtices y remolinos de nostalgia pura.
Mircea Cãrtãrescu
El ojo castaño de nuestro amor
Impedimenta, 2016
Trad. M. A. Ochoa de Eribe