¡Brillante estrella!, si fuera tan constante como tú,
no viviría en solitario esplendor en lo alto de la noche
vigilando, con los párpados infinitamente abiertos,
como el ermitaño insomne y paciente de la naturaleza.
Ni como las inquietas aguas en su labor sacerdotal
de pura ablución de las humanas costas de la tierra,
ni mirando la nueva y suave máscara caída,
de la nieve sobre las montañas y los páramos;
no,sin embargo, aún constante, aún inmutable ,
descansando en el maduro pecho del bello amor,
sintiendo para siempre su mullido aliento,
despierto para siempre con suave inquietud,
quieto, quieto para escuchar su tierna respiración,
y así vivir siempre o si no, desvanecerme en la muerte.
(Octubre y noviembre de 1819)
Ed. Visor de Poesía
Trad: José María Martín Triana