El sol penetró en la habitación. Respiraba algo mejor. Y tan claramente creyó de pronto ver sus errores, que los amó. Sintió su espalda deslizándose despacio contra la basta sábana, unas minúsculas motas de polvo revoloteando cerca de la cama, y vio una extensa llanura, unos cuerpos tumbados y la nieve que les hacia de sudario; abrió la boca, pero ya no tenía fuerza para articular palabra. No podía decir nada. !Ah! De pronto tantas cosas que contar... Tantos detalles, tantas confidencias por hacer... Cerró los ojos. Nunca lo sabremos. Nacemos para no saber nada. Tendremos quince años, treinta, y nos habremos quedado solos, siempre, en compañía de los demás, y los habremos amado mucho, mucho, en voz baja. Nadie nunca ha sido niño, nadie. Nunca fuimos sino ciegos y sordos.
Éric Vuillard
Tristeza de la tierra / La otra historia de Búfalo Bill
Ed. Errata Naturae
Trad. Regina López Muñoz
Fot: s/d