miércoles, 3 de julio de 2019

Los silencios


Dicen que hay que pararse frente a una tela de Rothko como frente a un amanecer. Son cuadros bellísimos, pero la belleza puede ser sublime o puede ser decorativa, y en los livings neoyorquinos del Upper East Side sus cuadros combinaban deliciosamente bien con los sofás de cuero y las alfombras de angora. Las críticas le cayeron a baldazos. Rothko las sufría mientras su cuenta bancaria se abultaba. Algunos lo acusaban de ser un efectista que hacía del rigor del expresionismo abstracto un buen negocio. El pintor empezó a defenderse con frases del tipo "la experiencia trágica es para mí la única fuente del arte". Fue como cavarse su propia fosa: durante años esa grandilocuencia ahogaría sus obras, las convertiría en opacos menhires.

El asunto es que la ansiedad lo hacía hablar de más. Olvidaba que los elementos más poderosos de una obra con frecuencia son sus silencios, y que, como dicen por ahí, el estilo es un medio para insistir sobre algo. Puede que mirar un Rothko tenga algo de experiencia espiritual, pero de una clase que no admite palabras. Es como visitar los glaciares o atravesar el desierto. Pocas veces lo inadecuado del lenguaje se vuelve tan patente.(...)

En los años de mayor éxito, de 1949 a 1964, Rothko empezó a derrapar: su matrimonio se partió al medio, sus amistades se alejaron, se tomó hasta el agua de las macetas y se envenenó de odio. Se había disparado la espiral de destrucción. Una noche tormentosa, cuando salía de su edificio, el portero le advirtió que se cuidara porque la calle estaba fea. Rothko contestó: 《Hay una sola cosa de la que me tengo que cuidar: de que un día el negro se trague al rojo.》

María Gainza
El nervio óptico
Ed. Anagrama

Pint. Mark Rothko
Rojo claro sobre rojo oscuro (1955 – 1957)
Museo Nacional de Bellas Artes (Argentina)