sábado, 2 de abril de 2016

La Maison des Amis des Livres


La Rue de l’Odéon poseía la tranquilidad de un pueblo. Allí se encontraba la librería La Maison des Amis des Livres. Si uno observaba con detenimiento, podía ver en la entrada a su propietaria, Adrienne Monnier, con su pelo corto y su largo vestido suelto. 

En mi época de estudiante esa librería representaba ese mundo fascinante , tan cercano,y aún así tan lejano, de la literatura moderna: lejano porque todavía no conocía ni a uno solo de de los autores ; cercano porque devoraba muchísimos de sus libros, que pedía prestados de la biblioteca de Adrienne. Además descubrí los rostros de algunos de ellos a través de los retratos con dedicatoria que tapizaban las paredes de la librería. Escuchaba a escondidas a la dueña de aquel santuario - que me intimidaba con su ropa distinta y sus amigos nobles- hablando de la forma más natural e íntima de gente muy conocida cuyos nombres me dejaban algo aturdida. Podía estar contándole a algún cliente, por ejemplo, que había visto a Válery justo la noche anterior o que Gide no se encontraba muy bien. León Paul Fargue y Jacques Prévost eran otros de los autores a los que muy a menudo se veía conversar con Adrienne. Y a veces, con el corazón en un puño, veía de repente materializarse ante mí en carne y hueso al más distante e inaccesible de todos: James Joyce, cuyo Ulises había leído en francés con gran asombro. 

Extraído del prólogo de James Joyce in París : His final years 
Cassel and Company Ltd.,1965

Fot. James Joyce y Adrienne Monnier en la calle de l'Odéon, París