El Gran Kan ha soñado una ciudad; la describe a Marco Polo:
―El puerto está expuesto al septentrión, en la sombra. Los muelles son altos sobre el agua negra que golpea contra los cimientos; escaleras de piedra bajan, resbalosas de algas. Barcas embadurnadas de alquitrán esperan en el fondeadero a los viajeros que se demoran en el muelle diciendo adiós a las familias. Las despedidas se desenvuelven en silencio pero con lágrimas. Hace frío; todos llevan chales en la cabeza. Una llamada del barquero pone fin a la demora; el viajero se acurruca en la proa, se aleja mirando al grupo de los que se quedan; desde la orilla ya no se distinguen los contornos; hay neblina; la barca aborda una nave anclada; por la escalerilla sube una figura empequeñecida; desaparece; se oye alzar la cadena oxidada que raspa el escobén. Los que se quedan se asoman a las escarpas del muelle para seguir con los ojos al barco hasta que dobla el cabo; agitan por última vez un trapo blanco.
Sal de viaje, explora todas las costas y busca esa ciudad ―dice el Kan a Marco―. Después vuelve a decirme si mi sueño responde a la verdad.
―Perdóname, señor: no hay duda de que tarde o temprano me embarcaré en aquel muelle ―dice Marco―, pero no volveré para contártelo. La ciudad existe y tiene un simple secreto: sólo conoce partidas y no retornos.
Italo Calvino Las ciudades invisibles
Ed. Siruela, 2013
Traducción: Aurora Bernárdez
Fot: Retrato de Italo Calvino, anónimo
Fot: Retrato de Italo Calvino, anónimo