A mediodía llegamos a Luga. Nos detuvimos en la plaza de la estación. La guía cambió su tono sublime por uno algo más terrenal:
-Ahí, a la izquierda, está el área de servicios…
Mi vecino se levantó interesado:
-¿A qué se refiere? ¿Al retrete?
El individuo había venido torturándome durante todo el viaje: “ ¿Agente blanqueador de tres letras?…¿Artirodáctilo al borde de la extinción?…¿Esquiador de origen austriaco?…”
Los turistas salieron a la plaza inundada de luz. El conductor cerró la puerta y se puso en cuclillas junto al radiador.
La estación…Un edificio amarillento y sucio, con columnas, un reloj, unas letras parpadeantes de neón descoloridas por el sol…
Crucé el vestíbulo, donde había un puesto de periódicos y unos macizos contenedores de cemento. Descubrí la cantina por pura intuición.
-Persónese ante el camarero -indicó la cajera con desinterés.
Un sacacorchos se balanceaba sobre su busto abatido.
Me senté junto a la puerta. Un camarero con enormes patillas de fieltro apareció algo después.
-¿Qué desea?
-Deseo -le dije- que todo el mundo sea bondadoso, modesto y amable
El camarero, seguramente harto de la inagotable diversidad de la vida, guardó silencio.
Retiro
Ed. Fulgencio Pimentel
Trad. Tania Mikhelson y Alfonso Martínez Galilea