Curiosamente, era una de las personas más radicalmente escépticas que había conocido nunca y, posiblemente (una teoría fabricada para intentar comprender a una mujer tan transparente en algunos aspectos y tan enigmática en otros), se dijera en su interior: Como somos una raza sin esperanza, encadenada a un barco que se hunde (sus lecturas favoritas de joven eran Huxley y Tyndall y a los dos les gustaban mucho esas metáforas náuticas), como todo es un chiste detestable, hagamos, de todos modos, nuestra parte: aliviemos los sufrimientos de nuestros compañeros de prisión (Huxley una vez más); decoremos los calabozos con flores y cojines inflables; seamos todo lo decentes que podamos. Esos rufianes, los dioses, no se saldrán con la suya: la idea de Clarissa era que los dioses, que nunca perdían la menor oportunidad de herir y contrariar a los hombres y de malgastar vidas humanas, se desconcertaban mucho si, de todos modos, alguien se comportaba con dignidad.
Virginia Woolf
La señora Daloway
Ed. Alianza, 2006
Foto: Robert Doisneau