El rasgo esencial de lo erótico es la drástica modificación del curso del tiempo. Eros alumbra nuestros momentos áureos y, simétricamente, estos entretejen nuestra constelación erótica. Se exige, así, una suerte de doble nacimiento según el cual la fuerza de un instante, siendo imprescindible como acción, todavía es más importante si logra traspasar el filtro de la evocación. Lo erótico conlleva deseo y poder, pero estos únicamente sobreviven si son capaces de superar la prueba de la memoria.
La tensa espera de un determinado acontecimiento, la caricia sobre un cuerpo, la contemplación de algo bello o terrible, sólo llegan a incorporarse a nuestro espacio mítico si permanecen y crecen en nuestro recuerdo. A este respecto la criba es gigantesca: aquello que pareció único y singular, aquello que al ocurrir parecía que marcaba para siempre nuestras vidas puede desvanecerse frecuentemente en el olvido más absoluto. Para que el poder perdure se necesita que continúe ensanchándose la onda expansiva, se necesita que continúe escuchándose el eco. La pasión no radica en lo que sucedió sino en lo que, salvando las trampas del laberinto, sigue sucediendo.
El cazador de instantes.Cuaderno de travesía 1990-1995
Ed. Destino
Fot. René Groebli