Con el tiempo, sobre todo en los últimos años, perdí mi don de gentes. No sé ya cómo es. Y una especie completamente nueva de “soledad de no pertenecer” empezó a invadirme como hiedras a un muro. Si mi deseo más antiguo es el de pertenecer, ¿por qué entonces nunca formé parte de clubes o de asociaciones? Porque no es eso a lo que yo llamo pertenecer. Lo que yo quería, y no puedo es, por ejemplo, que todo lo que viniera de bueno desde mi adentro pudiera darlo a aquello a lo que perteneciera. Incluso mis alegrías, qué solitarias son a veces. Y una alegría solitaria puede tornarse patética. Es como quedarse con un presente todo envuelto con papel de regalo en las manos y no tener a quién decirle: tome, es suyo, ábralo. No queriendo verme en situaciones patéticas y, por una especie de contención que evita el tono de tragedia, raramente envuelvo con papel de regalo mis sentimientos.
Clarice Lispector
Revelación de un mundo
Ed. Adriana Hidalgo, 2004