Crezco en estas montañas como el musgo. Estoy hechizado. Los cegadores picos nevados y el aire sonoro, el ruido de la Tierra y los cielos en silencio, las aves sepultureras, los animales míticos, los estandartes, los grandes cuernos y las antiguas piedras labradas, los tártaros toscamente tallados, con sus trenzas y sus botas de fabricación casera, el hielo plateado en el Río Negro, el Kang, la Montaña de Cristal. También estoy enamorado de los milagros corrientes: el murmullo de mis amigos al llegar la noche, los fuegos de enebro humeante en hornos de barro, los alimentos toscos e insípidos, las privaciones y la sencillez, la satisfacción de no hacer más que una cosa en cada momento: cuando cojo la taza azul de estaño, eso es todo lo que hago. No hemos tenido noticias de lo que pasa en el mundo desde finales de septiembre, seguiremos sin tenerlas hasta diciembre y, poco a poco, la mente se me ha ido aclarando y el viento y el sol me pasan por la cabeza como si fuese una campana. Aunque aquí hablamos poco, nunca estoy solo; he vuelto a mí mismo.
Peter Matthiessen
El leopardo de las nieves
Fot. Louis Désiré Blanquart-Evrard