lunes, 17 de julio de 2017

El silencio


En la septingentésima trigésimo octava de “Las Mil y una noches”, la prohibición es más impresionante todavía: el silencio no puede ser requerido por la palabra. Sólo el silencio puede requerirse a sí mismo: de modo silencioso. Gulnara, hija del rey del mar, permanecía sola en su habitación, apoyada en una de las ventanas que daba al mar.
Ella calla.
El rey se acerca: ella lo reconoció pero “sin manifestar la menor sorpresa, sin ni siquiera levantarse por educación y para recibirlo, como si se tratara de la persona más indiferente del mundo, se giró hacia la ventana como antes”.
Se aman apasionadamente. Gozan el uno del otro. El rey no comprende. “¿Por qué mantenéis este gran silencio que me hiela? ¿De dónde viene esta seriedad, o más bien esta tristeza que me aflige? ¿Añoráis vuestro país, a vuestros amigos? ¡Pero qué! Un rey de Persia que os ama, que os adora, ¿no es capaz de consolaros y de ocupar el lugar de toda cosa en el mundo?”.
Pero es por ello que Gulnara continua callando. ¿Qué necesidad hay de lenguaje entre ella y él? Por más protestas que el rey le haga, por más que le diga para obligarla a abrir la boca y a hablar, ella mantiene los grandes ojos abiertos y lo mira profundamente; no profiere una palabra.
El lenguaje es para la familia, o para la sociedad, o para la ciudad. El sexo y la muerte -que son los otros dones que la vida nos concede- deben preservarse del contacto con el lenguaje. La pasión y el goce reposan sobre la exclusividad y el respeto del silencio. El rey poco a poco comprende; entra en este silencio.

Pascal Quignard
Pequeños tratados II
Edit. Sexto Piso/Kurimanzutto
Trad. Miguel Morey

Gif. Anna Karina