jueves, 14 de diciembre de 2017

¿No me oyes?


INGMAR BERGMAN. FRESAS SALVAJES.

Hace cosa de un mes, ya tarde y atontado después de una lectura en una ciudad extraña, estaba en una sórdida habitación de hotel viendo lo que, según se dice, ven todos mis contemporáneos a esa hora. Zapeaba por los canales, rancia violencia, amenazas repugnantes, letanías de banalidades, la provincia del rey Bobalicón. Y de repente, en medio de todas esas estupideces, una escena que reconocí de inmediato y que me conmovió de la misma manera que entonces, en 1957 o 1958, cuando la vi por primera vez. El viejo (Victor Sjöström) ha doblado de improviso la esquina y él y la joven (Íngrid Thulin), que es su nuera, se han apeado del gran coche negro (entretanto tan antiguo). Se dirigen a la Ciudad Universitaria, donde el viejo va a ser nombrado doctor honoris causa. En el camino han vivido diversas aventuras, alegres y tristes, pero ahora llega el momento crucial. Ella quiere bañarse, él se va a un sitio donde crecen fresas silvestres, cerca de una vieja casa cerrada. Allí se acurruca debajo de un manzano, y casi en el mismo instante sucede: "mira" en su pasado la casa, las ventanas de la casa se abren de pronto, se oyen voces alegres, él ve a su primer amor, su prima Sara (Bibi Andersson), habla con ella, pero ella, setenta años antes, no puede verlo ni oírlo, se encuentra en otro lugar en el tiempo, intocable y encerrada en el pasado; él está desterrado en su vida, muy posterior, sólo puede mirar; y el ansia con que lo hace, con que quisiera trasladarse sólo una vez más a su pasado irrevocablemente transcurrido, y la tragedia de que ello no sea posible, todo esto está escrito en el rostro de Victor Sjöström, un postrer papel increíblemente bello. Una sola vez he visto una intensidad semejante, en los últimos y feroces grabados de Picasso, realizados cuando tenía más de noventa años, siempre el mismo viejo, que, escondido detrás de las cortinas, observa en secreto a una pareja que se ama en la cama, otra ansia, la misma tensión. Los grabados son en blanco y negro, como la película. En mi recuerdo esta escena era en color; alguna instancia en mí (un mal artista) la ha coloreado sentimentalmente. Bergman sabía más. Hacer visible el doble plano temporal en que opera todo recuerdo es una de sus mayores muestras de habilidad. Y también las palabras en ese sueco tan sensual, que subraya la nostalgia y lo despiadado del momento, son inolvidables: "Sara... soy yo, tu primo Isak... naturalmente, he envejecido un poco, ya no tengo el aspecto de antes. Pero tú no has cambiado nada. Primita, ¿es que no me oyes?". No, la preciosa niña rubia del vestido de algodón blanco no puede oír al viejo decrépito del abrigo negro debajo del manzano. Nosotros sí podemos, durante un instante bienaventurado y trágico. Abolir el tiempo, ese privilegio de los maestros.

Cees Nooteboom
En Tenía mil vidas y elegí una sola
Ed. Siruela, 2012
Trad. María Condor.

Grav, Pablo Picasso
Suite 347