Eso es el mundo: las huellas que deja la ola cuando el mar lentamente se retira.
La voluptuosidad no es más que un apresuramiento donde se quiere ser conducido como por encanto. Su saciedad nos lleva, en el segundo que sigue a sus espasmos, a una sensación de decepción no sólo con respecto al impulso del deseo que lo precedía sino con respecto a la luz, a la tumescencia, a la rabia, al elatio (al arrebato) que obsesionaban las horas anteriores y los días que lo preparaban.
Los naturalistas llaman “período refractario” al período durante el cual los machos, después de que se han acoplado, dejan de ser sexualmente activos. Las hembras no tienen un período refractario post coitum. El movimiento depresivo en las hembras ocurre post partum. Los machos escapan del asco al dormir. No se escapan: corren a alcanzar el otro mundo de los muertos y de las sombras. El taedium de los machos hace pensar a las mujeres, después del abrazo, en la fase de quietud en que se encierra el niño después del amamantamiento.
La excitación progresiva durante el acoplamiento ha sido asociada a menudo con las imágenes del carnívoro que devora su presa, del rapaz que se lanza sobre la suya. Los hombres siempre han considerado la excitación como un fuego latente que consume bruscamente el organismo entero. Ese fuego de artificio -el orgasmo, la culminación del goce ardiente- no es un epifenómeno, un beneficio subsidiario, sino el acabamiento del deseo. Los hombres no desean para aliviar una tensión insoportable. Lo que se busca no es la caída de la excitación. En ningún caso lo que se busca en el amor es el taedium vitae, el asco de vivir. Es el rapto del abismo. Es la captura de lo desconocido que precede al placer.
El goce amenaza al deseo y es normal que el deseo pueda odiar el goce, pueda experimentar una total aversión frente a la detumescencia (es el puritanismo pero también el arte). El deseo es lo contrario del hastío, del agotamiento, de la saciedad, del adormecimiento, del asco, de la flaccidez, de la amorpheia. Todo cuento, todo mito, todo relato apunta a la exaltación del deseo y emprende su combate contra el goce. La novela erótica o la pintura pornográfica no intentan en ningún caso hacer gozar sino hacer desear: buscan erotizar el lenguaje o lo visible, intentan abreviar el período refractario. Libran la guerra contra el taedium.
Razón por la cual el taedium vitae, el asco que sigue al goce está ligado a las artes como las ramas de los árboles están ligadas a su tronco. El arte prefiere siempre el deseo. El arte es el deseo indestructible. El deseo sin goce, el apetito sin asco, la vida sin muerte.
El goce amenaza al deseo y es normal que el deseo pueda odiar el goce, pueda experimentar una total aversión frente a la detumescencia (es el puritanismo pero también el arte). El deseo es lo contrario del hastío, del agotamiento, de la saciedad, del adormecimiento, del asco, de la flaccidez, de la amorpheia. Todo cuento, todo mito, todo relato apunta a la exaltación del deseo y emprende su combate contra el goce. La novela erótica o la pintura pornográfica no intentan en ningún caso hacer gozar sino hacer desear: buscan erotizar el lenguaje o lo visible, intentan abreviar el período refractario. Libran la guerra contra el taedium.
Razón por la cual el taedium vitae, el asco que sigue al goce está ligado a las artes como las ramas de los árboles están ligadas a su tronco. El arte prefiere siempre el deseo. El arte es el deseo indestructible. El deseo sin goce, el apetito sin asco, la vida sin muerte.
Pascal Quignard
La melancolía romana
El sexo y el espanto
Ed. Minúscula, 2005
Trad. Ana Becciú