Al frente de la infantería estaba el teniente Zúbarev, que antes de la guerra había estudiado canto en el Conservatorio. A veces, por la noche, se acercaba con sigilo hasta las líneas alemanas y entonaba "Oh, efluvios de la primavera, no me despertéis" o el aria de Lenski de Eugenio Oneguin.
Cuando le preguntaban qué le empujaba a subirse a un montón de cascotes para cantar, aun a riesgo de poner en peligro su propia vida, Zúbarev eludía dar una respuesta. Quizás allí, donde el hedor de los cadáveres flotaba en el aire día y noche, quería demostrar, no sólo a sí mismo y a sus camaradas sino también a los enemigos, que las fuerzas destructoras, por muy poderosas que fueran, nunca podrían borrar la belleza de la vida.
Vasili Grossman
Vida y destino
Ed. Galaxia Gutenberg, 2007
Trad: Marta Debón
Fot. Bernard Plossu