Esta mujer había tenido una infancia terrible, trabajando en una granja desde los siete años entre semibrutos alcohólicos. Su adolescencia fue demasiado breve para que pudiera acordarse. Tras la muerte de su marido trabajó en una fábrica para sacar adelante a sus cuatro hijos; en pleno invierno iba a buscar agua al patio para que toda la familia se lavara. Con más de sesenta años, recién jubilada, accedió a ocuparse otra vez de un niño, el hijo de su hijo. A él tampoco le había faltado de nada, ni ropa, ni buenas comidas los domingos, ni amor. Ella le había dado todo eso. Un examen mínimamente exhaustivo de la humanidad debe tener en cuenta necesariamente este tipo de fenómenos. En la historia siempre han existido seres humanos así. Seres humanos que trabajaron toda su vida, y que trabajaron mucho, sólo por amor y entrega; que dieron literalmente su vida a los demás con un espíritu de amor y de entrega; que sin embargo no lo consideraban un sacrificio; que en realidad no concebían otro modo de vida más que el de dar su vida a los demás con un espíritu de entrega y de amor. En la práctica, estos seres humanos casi siempre han sido mujeres.
Michel Houellebecq, Las partículas elementales
Ed. Anagrama, 2006
Trad. Encarna Castejón
Fot. Juan Rulfo, Paisajes mexicanos