Veo ahora en retrospectiva la escena última de mi adiós: mudo, inmóvil, despidiéndome en silencio en el rellano, y luego esperando a que se cierren las puertas metálicas del ascensor y, justo cuando eso ocurre, a causa de la excesiva bebida ingerida, llorando en silencio mientras me digo: somos hermanos, pero mis palabras siempre acaban pareciéndome una especie de suceso metafísico que ella nunca puede llegar a conocer plenamente. Y viceversa. No importa cuánto se viva, no importa cuanto se ame, permanecemos siempre confinados en cada uno de nosotros mismos. Y eso que somos hermanos.
Enrique Vila-Matas
Mac y su contratiempo
Ed. Seix Barral, 2017