En el año 9, Ovidio fue arrojado desde el puente Sublicius por Livio. Ha subido al puente del barco y mira la extensión blanca del mar, que brilla como el argentum brilla a los ojos de los mortales. Siente unas repentinas ganas de arrojarse desde el puente, como las mujeres hacían en mayo con los hombres sexagenarios. Busca con la mirada las maderas que flotan, los delfines, o el aspecto de una isla o de una roca. Ve a lo lejos, como un punto invisible, Tomis. Acaba allí el más personal de sus libros y morirá helado, cubierto de pieles, enfermo, como un náufrago en lo que ya no es sino gritos y luz. Ha sido ahogado. Se hunde y reaparece como un resto de ropa o un tallo de mimbre que las pequeñas olas acometen. El olvido es el océano. El olvido es más vasto que lo real porque los animales, las plantas y los astros lo conocen. El más bello de los libros de Ovidio son las "Tristes".
Pascal Quignard
Pequeños tratados II
Ed. Sexto Piso
Trad. Miguel Morey