Nunca antes había sabido que la hora de vivir tampoco tiene palabra. La hora de vivir, amor mío, estaba tan presente, que yo apoyaba la boca en la materia de la vida. La hora de vivir es un ininterrumpido y lento ruido de puertas que se abren continuamente de par en par. Dos portones se abrían y nunca habían dejado de abrirse. Pero se abrían continuamente hacia la nada.
Ed. Siruela, 2017