Esa noche, como todas las noches, la niña soñó que había nacido huérfana y que esa condición –si así puede llamársele– la empujaba a un mundo adentro del mundo que se parecía a un hermoso circo, lleno de domadores de tigres, contorsionistas, lanzadores de fuego. A ella le había tocado la Muerte-en-Vida. Su número consistía en balancearse sobre una cuerda pero ella se enredaba en el pelo e indefectiblemente daba un salto mortal a lo imposible. La caída se repetía tres veces, sin motivo aparente y, lo que es peor, sin destinatario. El amor es un arte antiguo, imposible, feroz.
María Negroni
Elegía a Joseph Cornell