Emil Föhme no soportaba que se pisara su sombra. Era el reflejo del pensamiento que lo animaba. Cuando se andaba por descuido sobre su sombra, sin necesidad de girarse sufría.
Decía que era más vulnerable en su sombra que en su cuerpo. Porque no captaba la totalidad de su cuerpo, y en cambio, al alba o en el crepúsculo, podía contemplar maravillado esa imagen de su alma ampliamente extendida sobre el suelo.
Cuando debía atravesar la plaza de las Deux Victories, sentía un verdadero temor ante los niños que corrían en todas direcciones. O. P. Reissel cuenta que un día se desmayó de dolor porque una mujer había caminado sobre su sombra en el lugar de sus partes genitales.
Sin embargo, esas pisadas no eran lo que más temía Emil Föhme, sino que ese jirón oscuro ante sí como una especie de estandarte rampante, o detrás suyo, como una rastra, fuera desgarrado. Peor aún, le horrorizaba el pensamiento de que se le arrancara su sombra. Sudaba entonces. Estaba convencido de que moriría. Su terror no era en absoluto fingido y convencía. Las leyendas y las hadas dicen que se reconoce a los muertos que regresan a rondar el mundo por la ausencia de sombra que dejan en el suelo.
Pascal Quignard
Pequeños tratados II
Ed. Sexto Piso
Trad. Miguel Morey