“El simulacro nunca es aquello que oculta la verdad, es la verdad lo que oculta que no hay verdad alguna. El
simulacro es cierto”. Ecclesiastes
Podemos tomar como la alegoría más adecuada de la simulación el cuento de Borges donde los cartógrafos del Imperio
dibujan un mapa que acaba cubriendo exactamente el territorio: pero donde, con el declinar del Imperio, este mapa
se vuelve raído y acaba arruinándose, unas pocas tiras aún discernibles en los desiertos. La belleza metafísica de esta
abstracción arruinada, dando testimonio del orgullo imperial y pudriéndose como un cadáver, volviendo a la sustancia
de la tierra, tal y como un doble que envejece acaba siendo confundido con la cosa real. La fábula habría llegado
entonces como un círculo completo a nosotros, y ahora no tiene nada excepto el encanto discreto de un simulacro de
segundo orden.
La abstracción hoy no es ya la del mapa, el doble, el espejo o el concepto. La simulación no es ya la de un territorio,
una existencia referencial o una sustancia. Se trata de la generación de modelos de algo real que no tiene origen ni
realidad: un "hiperreal". El territorio ya no precede al mapa, ni lo sobrevive. De aquí en adelante, es el mapa el que
precede al territorio, es el mapa el que engendra el territorio; y si reviviéramos la fábula hoy, serían las tiras de
territorio las que lentamente se pudren a lo largo del mapa. Es lo real y no el mapa, cuyos escasos vestigios subsisten
aquí y allí: en los desiertos que no son ya más del Imperio, sino nuestros. El desierto de lo real en sí mismo.
Ed. Kairós
Traducción: Antoni Vicens y Pedro Rovira