martes, 23 de febrero de 2016

Esa lasitud teñida de asombro


Suele suceder que los decorados se derrumben. Levantarse, coger el tranvía, cuatro horas de oficina o de fábrica, la comida, el tranvía, cuatro horas de trabajo, la cena, el sueño y lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado con el mismo ritmo es una ruta que se sigue fácilmente durante la mayor parte del tiempo. Pero un día surge el “por qué” y todo comienza con esa lasitud teñida de asombro. “Comienza”: esto es importante. La lasitud está al final de los actos de una vida maquinal, pero inicia al mismo tiempo el movimiento de la conciencia. La despierta y provoca la continuación. La continuación es la vuelta inconsciente a la cadena o el despertar infinito… 

…La simple “inquietud” está en el origen de todo. Durante todos los días de una vida sin brillo, el tiempo nos lleva. Pero siempre llega un momento en que hay que llevarlo. Vivimos del porvenir: “mañana”, “más tarde”, “cuando tenga una posición”, “con los años comprenderás”. Estas inconsecuencias son admirables, pues, al fin y al cabo, se trata de morir. Llega, no obstante, un día en que el hombre comprueba o dice que tiene treinta años. Así afirma su juventud. Pero al mismo tiempo se sitúa con relación al tiempo. Ocupa en él su lugar. Reconoce que se halla en cierto momento de una curva que confiesa tener que recorrer. Pertenece al tiempo, y a través del horror que se apodera de él reconoce en aquél a su peor enemigo. El mañana, anhela el mañana, cuando todo él debía rechazarlo. Esta rebelión de la carne es lo absurdo… 

Al final del despertar llega, con el tiempo, la consecuencia: suicidio o restablecimiento.

Ese espesor y esa extrañeza del mundo es lo absurdo

Albert Camus  El mito de Sísifo, 1942
Ed. Alianza Editorial, 2004
Traducción: Esther Benítez

Fot. Albert Camus, por Cecil Beaton

Foto familiar

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