miércoles, 2 de mayo de 2018

Diario de un hombre pálido


DÍA OCHENTA Y SIETE

   Gregoria tiene ochenta y dos años. Ha parido seis hijos, tiene tres nietos y una bisnieta. Es una mujer asarmentada, tendinosa, con un solo diente. Debió de ser tan fuerte como un hombre, en sus años mozos. Aún conserva energía suficiente para reír o gritar, si las enfermeras no aciertan a pincharla. Suele evocar a su marido, que la dejó viuda, cuando ella apenas contaba cuarenta años. Consiguió sacar adelante a su prole. Sirvió como asistenta en la casa de los ricos de su pueblo. Es mejor no animarla a recordar aquellos años porque entonces su fuerza se quiebra y los ojos se le humedecen. También crió a sus tres nietos, a los que abandonó su madre por el amor de un desconocido. Acogió en su casa a su hijo divorciado, un hombre solo con tres criaturas, a las que cuidó supliendo la figura de la madre. Hace unos meses, en un arranque de mal humor, nos dijo que se arrepentía de haber tenido seis hijos. «Si lo llego a saber no tengo ninguno» -dijo con voz árida. Todos esperábamos una explicación. Y la dio, haciendo un pareado: «Lo que pasa es que yo tengo la matriz muy baja… Y me quedo preñada con cualquier miaja».

Juan Gracia Armendáriz
Diario de un hombre pálido
Ed. Demipage, 2010

El libro negro


Puedo oír las ruedas de los trenes marcando sus giros rítmicos en mi cabeza mientras escribo. El tren de las cuatro y catorce llevándome a casa, hacia las zapatillas, el fuego de gas, el diario, los restos de la flanera, el texto bíblico en la pared. Y Kate aguardando por mí, delgada y perfumada, con el perfume barato que usa y sus calzones de Marks & Spencer. Maquillada a franjas para mí, como una pastilla de jabón ordinario y aromático. Permaneceremos de pie, los dos juntos, ante el representante de Dios, y compartiremos un sobrio oficio, para legalizar las felicidades conyugales. La querida Kate, como una muñeca de trapo sobre la cama, con su cara blanca y estoica, excitando apetitos crueles en su maridito recién adquirido. Y todos los kilómetros de luchas trágicas, aburrimientos, desesperaciones, ilusiones, se desprenderán de mí cuando entre en prisión. La ubicuidad de Dios. El cero fantástico al que reduciré los términos de mi vida para encontrar la felicidad. El lento y gradual ascenso hacia el silencio, hacia la mudez.

Lawrence Durrell
El libro negro
Ed. Edhasa, 1987
Trad. Leal Rey