domingo, 24 de marzo de 2019

Viajar


Prefacio al Infinito Viajar

por Claudio Magris

1 El prefacio es una especie de maleta, un neceser que forma parte del viaje; al partir, cuando se meten dentro las pocas cosas previsiblemente indispensables olvidando siempre algo esencial; durante el camino, cuando se va recogiendo lo que se quiere llevar a casa; al regresar, cuando se abre el equipaje y no se encuentran las cosas que nos habían parecido más importantes y aparecen en cambio objetos que no se recuerda haber metido dentro. Lo mismo sucede con la escritura; algo que mientras se viajaba y se vivía parecía fundamental, se ha desvanecido, en el papel ya no está, en tanto que toma cuerpo imperiosamente y se impone como esencial algo que en la vida —en el viaje de la vida— apenas habíamos notado.

Bella


BELLA

Para descubrir la existencia de los extasiados filones
en las móviles profundidades de tu cuerpo
mis dedos son varitas mágicas.
Insólitas serpientes de la cólera
mis muebles se odian en mi dormitorio
y sus grandes batallas inmóviles recuerdan
las de nuestras manos las de nuestros labios
las de febriles vapores que brotan a medianoche en los puertos
las de mansiones que invisiblemente se rajan de alto en bajo
cuando los pasos de una mujer demasiado bella resuenan.
Ella era hermosa como el día.
Belleza es la corona ardiente
es el rumor que recorre el árbol
del corazón a la corteza por la albura.
Belleza es el esplendor de una boca que se pliega
herida por los remolinos de un lenguaje en excesivo amargo
como son todas las lenguas que pretender decir alguna cosa.
Ella era bella como un espejo
un deformante espejo donde se miran igualados por la común irrealidad
los que son feos y aquellos que poseen una insensata elegancia.
Los espejos se empañarán cuando sus labios hayan concluido
de dar en el espejito del bolso ese precario signo de vida
los espejos madurarán
porque madura cuanto se empaña.
Y en efecto.
es la muerte eterna quien –royendo cuerpos y rostros-
otorga a algunos ese encanto inolvidable
de las viejas cosas que han perdido el dorado Extremos de cordón roto
Troceados corazones Ojos perdidos Cortadas uñas.
Amo cuanto se deshace
maduros frutos que caen a tierra a tiempo de enmascarar
su fracaso en la noche.
Oh, inalterable blancura de las tenues aureolas.
Cuerpos destruidos Marchitos rostros.
Inseguras estatuas roídas por la lluvia y los hongos.
No amo sino vuestra forma devastada
pareja a cuanto el amor amengua y decolora.

Michel Leiris

Fot: Autorretrato de Man Ray

Lugares lejanos


Lugares lejanos

Los muertos de otros planetas vienen a residir aquí, esos que en otros lugares no hallaron espacio. Llegan silenciosos, lejos de los exigentes, de los eternos exigentes, vienen a retirarse para volver a morir, para volver a morir en calma.
Nadie aquí quiere la carta maestra. Nadie quiere ser la sombra de nadie. El vivo es el amigo del difunto y, si es necesario, será su padre o si lo prefiere su hijo. Todo igual, con una pizca de todo colmando la vida eterna.
El agua dócil nos envuelve. ¡Qué bellas las tardes antes de la sepultura! Olvido, olvido bajo las palmas.
Los espíritus nos guían, maravillan nuestros corazones y nuestra voluntad, nos muestran la grandeza tras la pequeñez, la grandeza.
Como consecuencia de nuestro abandono los espíritus nos sostienen, a veces como rinocerontes que cargan, intensos a veces, como para hacer gritar, locos a veces, como una danza sobre un hilo de chispas.
Hay que dejar de luchar. La prudencia, la experiencia, la sed de lo insensato así lo ordenan. Por el golfo, el mundo lejano.

Esta es la patria de los que no han hallado su patria, cabellos del alma flotando libremente.

Henri Michaux

Fot: Claude Cahun, Autorretrato