viernes, 22 de junio de 2018

La casa en llamas


La casa en llamas

Se llamaban a sí mismas las salvadoras de las casas en llamas, aunque ninguna de aquellas seis mujeres, con edades comprendidas entre la cincuentena y los setenta años, tenía otra experiencia que la laboral antes de jubilarse: dos cajeras de banco que apenas conocían más que el minúsculo cubículo tras la ventana con barrotes, tres secretarias que compartían una amplia oficina con demasiada gente y la señora Lu, que se había pasado muchos años vigilando la puerta de una residencia femenina en un edificio universitario de seis plantas.

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Fot. Kitagawa Utamaro
Tres señoras sentadas con linternas, tetera, candelabro e instrumento de cuerda.

Islas


En el interior de la sobrecubierta descubrí una pequeña hoja de papel suelta. Era el mapa de una isla, que incluía además un trampantojo en la esquina inferior derecha; no tenía escala ni leyenda. En el centro de esta isla muda y anónima se alzaba un gran macizo montañoso, pintado con acuarela marrón, en sus valles había pequeños lagos y los ríos serpenteaban en su travesía hacia el mar, apenas insinuado por el contorno azul que enmarcaba la orilla.
Imaginé que un joven aprendiz de cartografía habría ensayado sus primeros trazos en esta isla, antes de atreverse a dibujar la tierra firme; y de repente me resultó meridianamente claro que las islas no son más que pequeños continentes, y que los continentes, por lo tanto, no son nada más que islas muy muy grandes. Este pedazo de tierra de claros contornos era perfecto, pero al mismo tiempo había sido olvidado completamente, como la hoja suelta en la que fue dibujado; había perdido todos sus vínculos con tierra firme, el resto del mundo simplemente se había esfumado. Nunca he vuelto a ver una isla tan solitaria.

Judith Schalansky
Atlas de Islas Remotas
Ed. Capitán Swing/Nørdica libros, 2013
Trad: Isabel G. Gamero