jueves, 15 de junio de 2017

La herida oculta


Al poseerse, los amantes dudan.
No saben ordenar sus deseos.
Se estrechan con violencia,
se hacen sufrir, se muerden
con los dientes los labios,
se martirizan con caricias y besos.
Y ello porque no es puro su placer,
porque secretos aguijones los impulsan
a herir al ser amado, a destruir
la causa de su dolorosa pasión.
Y es que el amor espera siempre
que el mismo objeto que encendió la llama
que lo devora, sea capaz de sofocarla.
(...)
Y después, cuando ya el deseo, condensado
en sus venas, ha desaparecido, su fuego
interrumpe su llama por un instante,
y luego vuelve un nuevo acceso de furor
y renace la hoguera con más vigor que antes.
Y es que ellos mismos saben que no saben
lo que desean y, al mismo tiempo, buscan
cómo saciar ese deseo que los consume,
sin que puedan hallar remedio
para su enfermedad mortal:
hasta tal punto ignoran dónde se oculta
la secreta herida que los corroe.

La herida oculta
Antología de la poesía latina
Ed. Alianza
Antólogos y traduc. Luis Alberto de Cuenca y Antonio Alvar

Adonde quiera que vayamos


Adonde quiera que vayamos 

Adonde quiera que vayamos siempre llegamos demasiado tarde 
a aquello que una vez salimos a buscar. 
Y en cualquier ciudad en que nos quedamos 
están las casas a las que es demasiado tarde para volver 
los jardines en los que es demasiado tarde para pasar una noche de luna 
y las mujeres a las que es demasiado tarde para amar 
lo que nos tortura con su intangible presencia. 

Y sean cualesquiera las calles que creemos conocer 
nos llevan más allá de los jardines floridos que andamos buscando 
y que difunden por toda la vecindad sus pesadas fragancias. 
Y cualesquiera que sean las casas a las que volvemos 
llegamos demasiado tarde por la noche para ser reconocidos. 
Y cualesquiera que sean los ríos en que nos reflejamos 
no nos vemos hasta que les hemos dado la espalda.

De "Nuestro amor es como Bizancio"
("Partidas y llegadas" 1974)
Versión de Francisco Uriz
Editorial Lumen

Pulsaciones


Grave
es no saber
amar lo fortuito,
lo trivial, un río
que despierta, la cinta
que los amantes olvidan
o la hoja yerta
de periódico
a la que el viento
arranca astral belleza
en una calle crepuscular.

Difícil
se torna tolerar
(desde los siete años
aproximadamente) la voz
de un cuerpo, su pavor,
las caídas,
el insensato rumor
que día
tras día
susurra que hemos de morir
en el trémulo oído
de nuestra alma inmortal.

Y también
en medio del poema
(que otros ven
como vida, cometa errante
o camino que se busca
y no se encuentra)
todo se detiene
repentinamente,
de abominación se cubre
la íntegra esfera,
calla la pluma, vacila
sobre el poetizar, pez
que sus huevos siembra
en las aguas envenenadas
de una época sin piedad.

Pero
hay momentos
como aquellos, por ejemplo,
en que de improviso alguien
con un nombre que no es nuestro
nos llama
y nos desnuda,
nos da un atisbo
de inenarrables dimensiones,
de nosotros mismos nos separa
y cada cual se pregunta
entonces
qué es
quién lo forjó,
para qué le infundieron
el latido de estrella
con que sobresale
en un caos gastado
y oscuro.

Pulsaciones
De "Relámpago de la duración"