miércoles, 15 de marzo de 2017

Ni costumbre ni ganas


No tienes costumbre y no tienes ganas de establecer diagnósticos. Lo que te perturba, lo que te conmueve, lo que te da miedo, pero que a veces te entusiasma, no es lo repentino de tu metamorfosis, es al contrario, justamente el sentimiento vago y pesado de que no se trata de una metamorfosis, de que nada ha cambiado, de que siempre has sido así, incluso aunque no lo supieras hasta hoy: éste, en el espejo resquebrajado, no es tu nuevo rostro, son las máscaras que se han caído, el calor de tu cuarto las ha derretido, la torpeza las ha despegado. Las máscaras del camino recto, de las bellas certezas. Durante veinticinco años, ¿no has sabido nada de lo que hoy ya es inexorable? En lo que llamas historia, ¿nunca has visto fisuras? Los tiempos muertos, los pasajes vacíos. El deseo fugitivo y agudo de dejar de oír, de dejar de ver, de permanecer silencioso e inmóvil. Los sueños insensatos de soledad. Amnésico errante en el País de los Ciegos: calles anchas y vacías, luces frías, rostros mudos sobre los cuales deslizaría tu mirada. Nada te alteraría jamás.

George Perec  Un hombre que duerme
Ed. Impedimenta, 2009
Trad. Mercedes Cebrián Coello

Caparazón o armadura



Tumbado en la tienda, Michel esperó la aurora. A eso del final de la noche estalló una tormenta muy violenta; le sorprendió darse cuenta de que estaba un poco asustado. Luego el cielo se calmó, y empezó a caer una lluvia lenta y regular. Las gotas golpeaban la tela con un ruido sordo, a pocos centímetros de su cara; pero él estaba a salvo del contacto. De repente tuvo el presentimiento de que su vida entera iba a parecerse a ese momento. Se movería entre las emociones humanas, y a veces estaría muy cerca de ellas; otros conocerían la felicidad o la desesperación; pero nada de eso tendría que ver jamás con él, ni podría alcanzarle. Durante la velada, Annabelle le había mirado muchas veces mientras bailaba. Él quería moverse, pero no podía; sentía con toda claridad que se estaba hundiendo en un lago helado. Sin embargo, todo era excesivamente tranquilo. Se sentía separado del mundo por unos cuantos centímetros de vacío, que formaban en torno a él un caparazón o una armadura.

Ed. Anagrama. 
Trad. Encarna Castejón